El darte un gusto comiendo o bebiendo en exceso de vez en cuando no tiene mucho de malo, a menos que cuentes con alguna condición física que te lo impida. No creo que sea gracioso darte una atragantada y despertar con la novedad de que tuviste un infarto o saliste de un coma diabético.
En fin, estos excesos no son nada nuevo y son algo a lo que estamos “prefabricados”, de cuando eramos unos cuantos cavernícolas y no habría refri, tiendas ni pizzas para llevar. El cuerpo humano puede atiborrarse de comida y almacenarla. Por cierto, esas llantas en la panza no son nada malo; son tus “reservas” para los tiempos de hambre. Lo malo es que, a menos que de plano no tengas dinero o te pierdas en una isla desierta, es difícil que te quedes sin comer, así que todo se acumula y vienen los problemas.
Tu cerebro tiene muchas cosas, pero no deja los impulsos básicos de lado. Difícilmente puedes quedarte sin respirar, aunque obligues a tu cuerpo a no hacerlo. Eventualmente, el cerebro te dirá que te vayas por un tubo y respirará automáticamente.
¿Que tiene todo este rollo que ver con algo del antojo? Cuando dejamos al cerebro sin alguna de las cosas que quiere, empieza a pedirlas subjetivamente. Esto es, te antoja. Para evitar esto, hay que hacerle como los changos: comer todo el día. Claro que no me refiero a estar sentados en la cocina metiendo cuchara tras cuchara de comida; me refiero a llevar siempre unos cuantos refrigerios para evitar los antojos.
¿Quieres dejar el refresco? Tómate un litro completo de agua y te puedo asegurar que no podrás ni ver un refresco en unas horas. Para no ser extremos, puedes tener algunas cosas como manzanas, barras de granola o cereales o zanahorias. Un poco de estas cosas te pueden quitar el antojo de golpe y dejar de que estés solo pensando en el momento en que vas a ir la tienda por papitas, pastelitos o donas.
La diabetes es problemática, pero el cerebro necesita trabajar. Hay que darle gusto a los dos.